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Etiquetas: oración del jueves

Oración Comunitaria 10/01/2013

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“Cuantas menos palabras, tanto más perfecta es la oración” (Martin Lutero)
De todas las actitudes que llevamos a la oración, la presencia es al mismo tiempo una de las más sencillas y complicadas. Los budistas le llaman “domesticación de una mente de mono”. Nosotros le llamamos “necesidad de resistirse a las distracciones”. Pero, le llamemos como le llamemos, los efectos de la situación son los mismos. Comenzamos a sentirnos distanciados con un Dios que parece estar muy lejos de nosotros. Por mucho tiempo que dediquemos a rezar nuestras oraciones y a asistir a la iglesia, Dios sigue siendo más una idea que una realidad. Tratamos de que Dios “venga”, pero no esperamos encontrarlo aquí.

Pero ¿en qué otro lugar podría Dios estar si no es aquí? Y si está aquí, qué es lo que crea la separación entre nosotros? “Dios -dice la Escritura- no está en el huracán ni en el terremoto ni en el fuego; está en la suave voz interior”. Así pues, ¿qué nos está impidiendo hacer el viaje interior?.

Introducirse en lo profundo del yo donde mora el Espíritu y corren las aguas en profundidad es casi imposible en una cultura edificada sobre el ruido, la cháchara, la información, la publicidad, el movimiento constante y los horarios cíclicos. El silencio, el espacio y la soledad están a años luz de la inacabable lista de actividades sin fin que llevamos siempre en la cabeza.

En cambio, como cultura, estamos siempre en camino hacia algún otro lugar. Estar aquí y ahora, poniendo en el momento presente todo nuestro yo, es más un mito que una realidad. Es un ideal que gusta proclamar, pero que rara vez se alcanza. La gente vive ahora en edificios llenos de personas, ni siquiera en calles umbrías con grandes jardines, por no hablar de ranchos a kilómetros de distancia. Sencillamente, no podemos permitirnos el lujo de escucharnos a nosotros mismos, y menos aún de escuchar al Dios interior.

Incluso la mayor parte de la oración que hacemos es ruidosa. Recitamos oraciones; rara vez nos limitamos a sentarnos sencillamente en presencia de Dios y esperar. La idea misma de limitarnos a escuchar el susurro de la suave voz que habita en nuestro interior no sólo es poco común, sino que resulta incómoda en nuestros días. ¿No deberíamos estar haciendo algo?, nos grita nuestra alma. ¿No deberíamos ir a algún sitio o hacer algo, o al menos, decir algo que sea santo?.

Pero es la voz de Dios en nuestro interior la que aporta calma y orientación. Esa voz elimina la energía negativa del presente para que podamos proseguir, serenamente conscientes de que no hay ningún lugar en el que estemos solos. Este tipo de oración nos prepara para sentir la presencia de Dios en todas partes, porque hemos descubierto que Dios se encuentra presente en nuestro interior, capacitándonos para responder a su presencia con oleadas de confianza que nos llevan, más allá de las tormentas del presente, a la plenitud del futuro.

Dispuestos a escuchar la voz profunda de Dios comenzamos con Francisco: Oh, Alto…

Lectura A.T.: 1 Reyes 19, 11-13.

El Señor le dijo: Sal y quédate de pie sobre el monte ante el Señor, que el Señor va a pasar.

Vino un viento huracanado y violento que sacudía los montes y quebraba las peñas delante del Señor, pero el Señor no estaba en el viento. Tras el viento hubo un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Tras el terremoto hubo un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Tras el fuego se oyó un ligero susurro, y al escucharlo, Elías se tapó el rostro con su manto, salió de la cueva y se quedó de pie a la entrada. Entonces oyó una voz que le preguntaba: ¿Qué haces aquí, Elías?

Noticia: Tener la casa abierta.

Nos conmueve que Dios se haya hecho niño y nos conmueve (nos duele) que no hubiera sitio en la posada para la Sagrada Familia. Como ha recordado el Papa esta Nochebuena, inevitablemente surge la pregunta: ¿Qué pasaría si María y José llamaran a mi puerta? ¿Habría lugar para ellos? Estas preguntas, que en ningún caso admiten la callada por respuesta, nos interpelan y nos invitan a poner al día nuestra capacidad de entrega. La Casa de Acogida Nuestra Señora de La Almudena de Madrid es un buen ejemplo. Las tres familias que, en junio, dejaron sus casas para irse a vivir en comunidad, saben muy bien lo que es Acoger con mayúsculas, y abrir las puertas de la posada al que llama a la puerta.

« Como matrimonio – dice don Juan, que vive allí con su mujer y sus tres hijos– supone un cambio de chip: tener la casa abierta. Sabes que en cualquier momento se presenta alguien imprevisto que se queda a dormir, o a comer, o a pasar varios días porque le han echado de su casa. Así aprendes que el matrimonio como sacramento es algo abierto, es abrazar el mundo para testimoniar la alegría del Acontecimiento cristiano. No es fácil, porque el instinto va en dirección contraria, pero el fruto es evidente: se ensancha el corazón y se comprende mejor lo que Dios hace con nuestra vida».

Este proyecto, que se financia con donaciones privadas, cuenta con un espacio materno-infantil, que alberga temporalmente a adolescentes embarazadas y madres solteras en riesgo de exclusión social; un Centro de día con talleres formativos y apoyo al estudio de menores.

Las Religiosas Terciarias Capuchinas también saben mucho de posadas abiertas. Además de colegios de educación Primaria, Secundaria, albergues y comedores sociales, tienen once centros de acogida de menores repartidos por todo el país. Con el apoyo de seglares, voluntarios y personal contratado, acompañan a más de un centenar de chicos y chicas que tienen tutelados y que cuidan según el carisma de Luis Amigó, quien, a finales del siglo XIX, cuando tenía 30 años vio cómo una epidemia de cólera arrasaba Valencia y dejaba a miles de niños en la calle. Como el Buen Samaritano, sintió compasión de aquellos niños y puso manos a la obra dando una respuesta clara y contundente a una situación de emergencia social. Con el objetivo de proteger, curar y educar a niños y jóvenes que se habían quedado sin padres y sin hogar familiar, nacen las Terciarias Capuchinas. Hoy son 1.300 religiosas, que están presentes en 32 países.

Es fácil imaginar cómo es el día a día en estos lugares cuando el ritmo lo marca el horario laboral o escolar, pero ¿qué sucede en noches como la del 24 de diciembre, o en días como el de Navidad? «La Nochebuena –explica don Juan Orellana–, a menudo, se entiende como una ocasión para autoafirmar a la familia en clave individualista y autocomplaciente, pero en realidad es mucho mejor si se vive como ocasión para reconocer la encarnación del Misterio de Dios, que entra en nuestra casa y habita entre nosotros. Las mujeres a las que acogemos son un signo claro de la presencia de Cristo en nuestras vidas».

«Vino a su casa y los suyos no le recibieron», escribe el evangelista Juan en un pasaje de evidente paralelismo con el relato de la posada. Y surgen en él las mismas preguntas que nos hacíamos al principio: ¿tenemos un puesto para Dios cuando Él trata de entrar en nosotros, o nuestro tiempo está completo, estamos llenos de nosotros mismos, de modo que ya no queda espacio para nadie más?. No todas las puertas están cerradas. A partir de la sencilla palabra sobre la falta de sitio en la posada, nos damos cuenta de lo importante que es estar vigilantes para oír como Él llama a la puerta y cómo nos piden agrandar el corazón y la mesa los niños, los jóvenes, las madres solteras, los que sufren, los abandonados y los pobres de este mundo.

Evangelio: Lc. 3,15-16.21-22

En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:

-Yo os bautizo con agua; pero el viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre Él en forma de paloma, y vino una voz del cielo:

“Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”

Peticiones/ Acción de Gracias/Padrenuestro
Salida.

Concédenos, oh Dios, la gracia de escuchar tu voz e nuestros corazones y así, dóciles a tu voz, seamos instrumentos tuyos en medio del mundo para hacer que tu Reino sea una realidad aquí y ahora. Con Francisco concluimos diciendo: Te adoramos, Señor Jesucristo, aquí…