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Etiquetas: oración del jueves,oración

Oración Comunitaria 04/07/2013

Escuela de Oración: Esperanza.

Esperar a Dios no significa que en la vida espiritual no haya nada más que hacer que orar. La oración no es para nosotros como el capullo para la oruga. No entramos simplemente en oración con la esperanza de salir por el otro extremo del ejercicio plenamente maduros en el Espíritu, perfectamente nuevos, totalmente acabados, tras haber eliminado toda la escoria y habernos desprendido de toda la herrumbre, con el alma bruñida y el corazón renovado, el alma brillante y radiante, la mente clara y segura.

En absoluto. Hay demasiado en nosotros como para que llegue a desaparecer; además no tiene por qué hacerlo. No; la función de la oración no es que nos olvidemos de nuestro yo, sino que lleguemos a lo máximo a lo que estamos destinados a ser, sea cual sea la situación en que nos encontremos. La oración es el proceso que nos lleva a convertirnos en lo que Jesús nos mostró que debemos ser.

La oración nos confronta con nosotros mismos y mide la distancia entre quién y qué soy y quién y qué es Jesús.
Vemos a Jesús encarase con los dirigentes de su tiempo. Llama a los sacerdotes y fariseos a limpiar el templo y aliviar de las espaldas de la gente el peso de las leyes de la sinagoga que los aplastan. Llama a los líderes del Estado a dejar de vivir a costa de los pobres. Y nos llama a nosotros a hacer esto mismo.

Esta inmersos en la oración, realmente inmersos en la oración, abrasa el alma. Nos fuerza a ver lo distantes que estamos de nuestros ideales. Pone en cuestión las imágenes de bondad, piedad e integridad que proyectamos. Nos confronta con lo que significa realmente vivir una vida buena. Exige de nosotros valor, no mera piedad.

Dice una y otra vez: “Ven y sígueme”.

Es siguiendo a Jesús desde la cima de la montaña, a lo lardo de los caminos del mundo, a través de las zonas residenciales de la ciudad, hasta los guetos de los pobres y los salones del gobierno y las oficinas parroquiales, diciendo como Juan el Bautista: “arrepentíos y no pequéis más”, como la oración adquiere su sello de credibilidad incuestionable.

Con Francisco comenzamos diciendo: Oh alto y glorioso Dios….


Lectura A.T.: Salmo 115

Señor,
glorifícate a ti mismo, y no a nosotros;
¡glorifícate, por tu amor y tu verdad!
¿Por qué han de preguntar los paganos
dónde está nuestro Dios?
Nuestro Dios está en el cielo.
Él ha realiza todo lo que quiere.

Los ídolos de los paganos son oro y plata,
objetos que el hombre fabrica con sus manos:
tienen boca, pero no pueden hablar;
tienen ojos, pero no pueden ver;
tienen orejas, pero no pueden oir;

tienen nariz, pero no pueden oler;
tienen manos, pero no pueden tocar;
tienen pies, pero no pueden andar;
¡ni un solo sonido sale de su garganta!
Iguales a esos ídolos
son quienes los fabrican
y quienes en ellos creen.

Israelitas, ¡confiad en el Señor!
Él nos ayuda y nos protege.
Sacerdotes, ¡confiad en el Señor!
Él nos ayuda y nos protege.
Vosotros que honráis al Señor, ¡confiad en él!
Él nos ayuda y nos protege.

Noticia: ¿Mi ganancia es la ganancia de todos?

«Nun­ca he vis­to un ca­mión de mu­dan­za de­trás de un cor­te­jo fú­ne­bre», afir­mó el Pa­pa Fran­cis­co, el pa­sa­do vier­nes, du­ran­te la ho­mi­lía de la Mi­sa en San­ta Mar­ta. «Hay te­so­ros que se­du­cen en vi­da, pe­ro que la muer­te des­tru­ye», re­cal­có el Pon­tí­fi­ce. A ve­ces, in­clu­so, «des­tru­yen en vi­da», re­cuer­da An­to­nio, cuan­do se re­fie­re al di­ne­ro. «Es­ta­ba tan ob­se­sio­na­do por as­cen­der en mi em­pre­sa, por te­ner el me­jor pues­to, y con la me­jor re­mu­ne­ra­ción, que has­ta me ol­vi­dé de cui­dar a mi fa­mi­lia, de cui­dar de mis ami­gos», re­co­no­ce. Eso sin nom­brar «lo tío Gi­li­to que me vol­ví. Cuan­to más di­ne­ro ga­na­ba, más ate­so­ra­ba, y en­jui­cia­ba a los que ve­nían a pe­dir­me que les ayu­da­se, pen­san­do que al­go ha­brían he­cho mal pa­ra lle­gar al pun­to que ha­bían lle­ga­do. Es­ta­ba con­ven­ci­do de que yo me me­re­cía ese di­ne­ro, por­que lo ha­bía tra­ba­ja­do dig­na­men­te». Pe­ro «no era fe­liz». Por­que, co­mo de­cía el Pa­pa en San­ta Mar­ta, el úni­co te­so­ro que po­dre­mos lle­var con no­so­tros «no es lo que has guar­da­do pa­ra ti, sino lo que has da­do a los de­más».

Ha­ce unos años, vol­vió a la pa­rro­quia, de la mano de su mu­jer, y co­men­zó a par­ti­ci­par en una de las nue­vas reali­da­des ecle­sia­les que se da­ban ci­ta allí. «Se me ca­yó la ven­da de los ojos. Fue un pro­ce­so len­to, pe­ro en mi re­con­ver­sión acep­té que el di­ne­ro y el éxi­to só­lo me ha­cían su­frir». Aho­ra, An­to­nio «es la per­so­na más ge­ne­ro­sa que he co­no­ci­do», cuen­tan los que le ro­dean, por­que él cum­ple el pre­cep­to evan­gé­li­co de que no se­pa tu mano de­re­cha lo que ha­ce tu iz­quier­da. Ha pa­ga­do mé­di­cos, al­qui­le­res de pi­sos, has­ta una re­si­den­cia men­sual a un an­ciano que no te­nía a na­die que le ayu­da­se. Y un sin­fín de co­sas más. Ade­más, ca­da mes, da el diez­mo a su mo­vi­mien­to –el 10% de sus ga­nan­cias men­sua­les–, al­go que ca­da vez es­tá más ex­ten­di­do en la Igle­sia. «Mi ga­nan­cia es la ga­nan­cia de to­dos», sos­tie­ne.

Hay mu­chas for­mas más de dar el diez­mo, co­mo, por ejem­plo, co­la­bo­ran­do ca­da mes con ins­ti­tu­cio­nes que tra­ba­jen con los más des­fa­vo­re­ci­dos, o prac­ti­can­do la li­mos­na ca­da día, que, en un pa­seo por la ciu­dad, opor­tu­ni­da­des no fal­tan.

Evangelio: Mc 12, 41-44

Estando Jesús sentado frente a las arcas de las ofrendas, miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó entonces una viuda de condición humilde y echó dos monedas de cobre de muy poco valor.

Entonces Jesús, llamó a sus discípulos y les dijo: «Os aseguro que esta pobre viuda ha dado más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir». 

Peticiones.

Acción de Gracias.

Padrenuestro.

Salida.