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Etiquetas: oración del jueves

Oración Comunitaria 24/05/2007

ESCUELA DE ORACION:

La experiencia de creernos criaturas, hijos e hijas del Padre fundamenta nuestra experiencia de fraternidad como don y tarea, como llamada futura. Desde aquí vivimos que el sentido, la razón de ser y lo específico de nuestra identidad cristiana que se juega en vivir como "mediación" de la mirada y palabra del Dios de Jesús para con éste hermano y esta hermana que comparte conmigo su vida, su fe, su oración. Las Escrituras nos traen las palabras de Dios a su profeta: “Te he llamado por tu nombre, eres mío, eres precioso a mis ojos, te amo”. Ello quiere decir que a los ojos del mismo Dios, tenemos precio, que nos ama y quiere a su vez que le amemos.


1ª LECTURA EVANGELIO:


En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas. Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron: - «No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.» La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía, Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando. La palabra de Dios iba cundiendo, y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.


NOTICIA:

“Curas” de quitarse el sombrero

José Ignacio Calleja

Son tantas las noticias que nos llegan cada día y, a menudo, con tan graves consecuencias para la vida de la gente, que quién va a dar importancia lejos de su entorno al asesinato de un sacerdote murciano, el padre Salvador Fernández Ciller, muerto, casi seguro, a manos de aquellos “necesitados” a quienes acogió en su casa.
Dejo para los que vivían cerca de este hombre todas las precisiones que el caso requiere, pero confieso que a mí me conmueven mucho estas cosas. Siempre he admirado a aquellos sacerdotes, mis compañeros, que tienen facilidad para abrir la casa parroquial, o la suya, a quienes están en situación de necesidad. Más aún si no los conocen, especialmente, de manera que no han podido surgir vínculos de amistad. Sólo, porque sí, por su necesidad, porque “yo tengo y tú necesitas”.
En mis idas y venidas por distintas diócesis he conocido a “una serie de ejemplares” de quitarse el sombrero. Gente con una casa modesta, más fría y desordenada que otra cosa, con el frigorífico medio vacío, un televisor entrado en años, poca ropa y desordenada en el armario, solos al final del día, y ellos con una sencillez y esperanza a prueba de bombas. No los mitifico, simplemente admiro su saber vivir al día y su honradez para hacer concreta la caridad. “En caso de extrema necesidad, todos los bienes son comunes”, decía (dice) nuestra tradición moral cristiana, y ellos aprendieron a darle forma cotidiana con la naturalidad de un pájaro que echa a volar cada mañana.
Me gusta esa gente, me gustan esos curas; tienen unas cuantas ideas claras desde su juventud y las han seguido con celo adolescente. Tienen razones de fe, saben mirar la vida en su verdad última, pero más aún sienten la misericordia de Dios y dejan que, por medio de ellos, llegue a otros. Los curas que abren las casas parroquiales, o sus casas, a quienes están más necesitados que ellos son de otra galaxia, y nos dejan calladitos a los demás. Luego no suelen llegar muy lejos, “de tejas para abajo”, y su voz apenas resuena en los claustros, consejos, conferencias y dicasterios, pero sin duda son los primeros que Dios cuenta cuando quiere reconocer cuántos justos hay entre nosotros. A lo mejor D. Salvador no era exactamente, así, como me lo estoy imaginando, pero, qué más da, se lo merecería. Qué Dios se lo pague.


2ª LECTURA EVANGELIO:

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: - «Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí. Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos.»