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Etiquetas: oración del jueves

Oración Comunitaria 19/07/2018

ESCUELA DE ORACIÓN:
En esta Capilla del Cristo de San Damián, nos reunimos para orar, para rezar. Abre el corazón, silencia tus pensamientos, escucha, contempla, reza como nos dice Miguel Ángel Robles en ABC: "Rezar es una conversación con los que ya no están, el recuerdo de los que te antecedieron y la oración para seguir su ejemplo. Rezar es pedir por ellos. Y también pedirles a ellos por los que estamos aquí. Es el momento de más calma del día, y, en mi caso, el de primera hora de la mañana, poco más de las seis, y el agua de la ducha caliente cayendo despacio sobre los hombros. Rezar es una fotografía en sepia, un regreso a la casa de tus abuelos y al tiempo sin tiempo de tu infancia. Es pasar por la Iglesia de San Pedro, de camino al colegio, y rezarle al Cristo de Burgos un Padre Nuestro para que te ayude en los exámenes. Es el refugio del frío, y el silencio acogedor. Rezar es tener memoria. Rezar es lo que va antes del trabajo o después del trabajo, y lo que nunca lo suplanta, porque ya lo dice el refrán: a Dios rogando y con el mazo dando. Es lo único que puedes hacer cuando ya no puedes hacer más, y es la forma de comprometerse de quien no tiene otro medio de hacerlo, como cuando rezamos por un enfermo que se va a operar y ya está todo en manos del cirujano (y de Dios). Rezar no hace milagros, o sí los hace, eso nunca lo sabremos, pero ofrece consuelo al que reza y a aquel por quien se reza. Rezar nunca es inútil, porque siempre conforta." 

Con Francisco comenzamos diciendo: "Oh Alto y Glorioso dios..." 

SALMO 18, 1-7.
Del maestro de coro. De David, el servidor del Señor, que dirigió al Señor las palabras de este canto, cuando él lo libró de todos sus enemigos y de las manos de Saúl. Dijo: Yo te amo, Señor, mi fuerza, Señor, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador, mi Dios, el peñasco en que me refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoqué al Señor, que es digno de alabanza y quedé a salvo de mis enemigos. Las olas de la Muerte me envolvieron, me aterraron los torrentes devastadores, me cercaron los lazos del Abismo, las redes de la Muerte llegaron hasta mí. Pero en mi angustia invoqué al Señor, grité a mi Dios pidiendo auxilio, y él escuchó mi voz desde su Templo, mi grito llegó hasta sus oídos. 

NOTICIA ('Ideal' - 2018-07-14 MERCEDES GALLEGO. MANAGUA.) Los demonios andan sueltos. El primer aviso llegó en moto, como un mensajero del infierno. El desconocido se coló en plena catedral de Managua directamente hasta el altar donde el padre Luis Herrera oficiaba misa y apretó desafiante el acelerador: «¿Quién es el que quiere la paz?», le gritó. «Me quedé paralizada, creí que sacaría un arma», dijo a la prensa Jeannette Morales, que lo vio desde un banco. Era 29 de abril, demasiado pronto como para entender que debajo del casco azul de ese motorista anónimo se escondía toda la fuerza represora de un régimen decidido a gobernar hasta la eternidad, sin venia alguna. En la catedral se habían refugiado esa semana los estudiantes tiroteados y el pueblo llevaba comida hasta sus naves para los que seguían atrincherados en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), al otro lado del paseo Rubén Darío donde les tiroteaban los paramilitares aparecidos de la noche a la mañana. Incrédulo, el padre Herrera temió que el motorista pudiera estar drogado o embriagado. Era mucho peor. Al grito de «¡Asesinos! ¡Golpistas! ¿Dónde están las armas?» les arrancaron los símbolos religiosos mientras les golpeaban en el estómago, la cabeza y hasta les intentaban acuchillar con arma blanca. Las turbas se abalanzaron dentro de la basílica en cuanto se entreabrieron las puertas y acabaron quemando santos y bancos. «Si esto nos hacen a nosotros qué no le harán al pueblo», se estremeció el párroco de Masaya. Entre 1976 y 1989 hasta 33 sacerdotes, monjas y seminaristas fueron asesinados por militares y escuadrones de la muerte, como los que el mes pasado mataron en León de un disparo certero al monaguillo de 15 años, «un niño muy querido por todos los sacerdotes» «Estamos reviviendo una película de los años 80 que hacía mucho tiempo que no veíamos». No es sólo el de León, donde el cardenal Brenes fue párroco. «Desde el principio cuando vimos la situación di la orientación de que si hay dificultad y alguien pide donde acogerse abrieran las puertas de los templos y tratásemos de cuidarlos», explica. «Nunca hemos preguntado a qué partido pertenecían. Hemos convertido nuestros templos en hospitales, hemos ido lo mismo a las cárceles a interceder por los detenidos que a las barricadas a sacar a policías y paramilitares que habían sido capturados». Le parece normal, porque ésta es la misión del catolicismo y porque «la Iglesia en Nicaragua es una iglesia muy sencilla», explica. «Nosotros, los obispos, somos personas. No hay oficinas, sino que, como el Papa siempre ha dicho, tenemos olor a oveja. Vivimos en las parroquias, no tenemos secretarias, nos sentamos a platicar con la gente constantemente. Y es mucho más doloroso cuando uno conoce a la gente». Olor a oveja hasta el 19 de abril. Ahora, «en Nicaragua tenemos que tener olor a sangre», apura el padre José Idiáquez. Al rector de la Universidad Centroamericana (UCA) le horrorizó desde el primer día la violencia y el salvajismo con el que las juventudes sandinistas escoltadas por la Policía les tiraron piedras y destruyeron el portón recién inaugurado.

 EVANGELIO: Hebreos 12, 1-5
Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en Aquél que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcan faltos de ánimo. No han resistido todavía hasta llegar a la sangre en su lucha contra el pecado. Han echado en olvido la exhortación que como a hijos se les dirige: Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor; ni te desanimes al ser reprendido por él. 

SALIDA:
Señor Dios, Tú no miras a las apariencias si no a nuestro corazón, tú eres perdón. Señor Dios, Tú no miras a las apariencias si no a nuestro corazón, tú eres perdón. Tú renuevas en nosotros la paz del corazón, y una alegría serena. Señor Dios, en tus manos ponemos toda nuestra vida. En lo profundo de nuestra alma tu presencia nos asombra. Nuestra oración puede que sea muy pobre, pero tú rezas dentro de nosotros. Bendito sea el que busca a nuestro señor Jesucristo, bendito sea el corazón sencillo según el Evangelio. 

Y con Francisco acabamos cantando: te adoramos Cristo y te bendecimos…